jueves, 28 de abril de 2011

Letras calendarias I


 





Fotografía: Rong Rong









Hoja otoñal, 13


Hace tanto tiempo que la palabra me ronda, invade otros pensamientos. La palabra se llama pasión y vive dentro de mí, en silencio y a oscuras. Está presa y bajo llave. Nombrarla me lleva a sitios de peligro pero se rebela y asoma en lágrimas cálidas y dulces.  Calladas. Lloro mares cristalinos y azules. Me siento fragmentada y vulnerable desde esta cárcel de clausura en la que mis deseos se despiertan y se duermen. Me he convencido de que no tengo derechos sobre el amor. Soy una niña  que, en la búsqueda incesante de su propia infancia, tal vez olvidó ser mujer. Entonces, tengo la terrible conciencia de haberme perdido a mí misma. Soñaba un tiempo de vida apasionado.  Soñaba con amar y ser amada.


Ahora me miro a veces en el espejo y me siento sola. Soy la que fui y me repito Hilda, Hilda, Hilda, porque sé que sólo puede nombrarse lo que positivamente existe. Como si por la fuerza de las mismas palabras mi cuerpo tomara súbitamente una carga molecular. Mi cuerpo y yo frente al espejo. Un cuerpo que no ha sido amado y sin embargo lo han desnudado. Desvertirse en la oscuridad  frente a la ventana del vacío.


¿En qué lugar estuve cada noche de mi vida, de esta vida que no fue mi vida?


He rastreado al amanecer, como un sabueso, cada milímetro de sábana  para buscar el olor de la pasión, el olor dulce y cristalino del amor. Entre los pliegues, entre los bordes, entre mis piernas. En mis manos heladas, en cada poro de mi piel. Buscaba y buscaba hasta que el sol me devolvía no su luz, sino su penumbra.  La noche otra vez me había acariciado la espalda  con sus largos dedos negros.





miércoles, 13 de abril de 2011

Julio Cortázar







CARTA DE JULIO CORTÁZAR A ALEJANDRA PIZARNIK
París, 9 de septiembre de 1971

Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.
Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.

Dulce muñequita






Fotografía: Lucien Clergue









Soy la que pienso, algún día
mis ojos encenderán luciérnagas
Gioconda Belli


detrás de las paredes líquidas
del invierno
asomo como un sol
brillante
entera
versátil


antes de nacer diamante
de paredes cristalinas/ chorreadas de luz
olvidan que fui / ante todo
piedra rugosa / oscura


un pequeño círculo
entre pinzas
en esa guerra / roja
y de crueldad

muñeca articulada
des- articulada
H- i-L d- A-
me hilvano/ dulce muñequita
en las puertas de tus ojos
en las palmas amplias de/ tus manos


luz / en cada cara del diamante
te pido que me quieras/ en
la fria superficie de la piedra
te pido que me quieras / antes
de ser luz


el invierno desliza
sus manos / sobre mi cuerpo
desnudo
tus ojos lo visten con / tiempos de sol


muñeca / diamante
piedra y oscuridad
estoy levantando la tapa
de un caja vacía


estoy
ar-ticulando una H-i-l
d-A
para amar

Ojos azules





            






Pablo Picasso











¿Cómo puedo agarrar la ilusión, empuñarla en la mano y soltártela en la cara como una paloma feliz?
Gioconda Belli


Me pediste que escribiera sobre el amor. Que recogiera tierra húmeda. Que lo imaginara y lo moldeara con mis manos. Para luego dejar que se secara en la suave tibieza de la noche. Entonces dibujé un pájaro. Lo rellené de ramas. Y de hojas verdes y rojas. Rojas. Me faltaban sus ojos y pensé en las  aguas profundas. Dos pequeños puntos que condensaran  un universo azul. Pequeño talismán dibujado a la medida de tu cuerpo y de tu mirada.

 Un pájaro llamado deseo. Una noche llamada miedo.


Me pediste que escribiera sobre el amor. Que no me muriera lentamente. Sabías que abrazabas desde tu cuerpo a una mujer casi etérea. El tiempo fue un tiempo de horas de alas blancas.
Y tu hombro, sin perfumes e infinito, donde lloré mis vuelos equivocados. Tu hombro que cargó toda mi lluvia de soledad y tierra. Palada tras palada. Hasta que lograron convertirte en piedra, inmóvil. Pero tenías huecos en tus brazos en los que anidaban mis muertes. Muertes de vidas a ciegas.

En tu hombro ,  mi miedo sin tiempo y sin medidas.

Me pediste que escribiera sobre el amor. Y cada frase que escribo libera tu mirada desde tus ojos azules. Se abre la gran Caja secreta. Entonces algo se ilumina y a  la vez me enceguece. Algo me abraza y también me separa. Tu círculo de fuego es también mi abismo. Mi miedo de amar y calcinarme, que el talismán caiga desde el cielo, en círculos de cenizas sobre el aire de la noche.


 ¿Cómo es el amor sino un pájaro asustado  en los pliegues de tu hombro? Ojos azules,  estoy casi en tus brazos.  Caminando la palabra que defina  el infinito miedo de perderte.

martes, 12 de abril de 2011

A solas

 

 

 




El jardín de Francia. Max Ernst

 

 


Yo en la orilla silbando
                    Miro la estrella que humea entre mis dedos
V. Huidobro


A SOLAS

puedo hablar / a solas
sin los pasos ordenados desandar caminos
remover
cierta aspereza cierta liviandad
hundir mis manos lentamente
tocar algo instantáneo

llego y huyo

es una mezcla de sonidos y de algún silencio
envolver cada momento en papel de seda azul
las letras delinean lo que la razón esquiva
tiro redes en un mar espeso
soy barco solitario
algo en mí busca seguridad
geometría del orden / del desamparo
algo de mí escapa en las imprecisas líneas
de la discontinuidad
algo en mí posee el frio
de los espacios profundos

asomo desaparezco y me pierdo

nado en este mar absoluto y seco
descanso sobre redes de ausencia
huyo - quizás - del saber íntimo del instante
abrazar algo perdurable
hacer nudos con el infinito o
caminar erguida sobre el horizonte
volar en la seguridad aparente de la repetición
nada más fugaz que la huella de un recuerdo

- tal vez-
nada más eterno

lunes, 11 de abril de 2011

Alejandra Pizarnik








"Falta mi vida, falto a mi vida, me fui con ese rostro que no encuentro, que no recuerdo"

París, 1960, 1 de noviembre







La hija del insomnio
Por Enrique Molina


"Cuando pienso en Alejandra la veo pasar, solitaria, en una de esas enormes burbujas del Bosco donde yacen parejas desnudas, dentro de un mundo tan tenue que sólo por milagro no estalla a cada segundo. Pero la suya es una burbuja nocturna, irisada como una perla negra. Criatura fascinada y fascinante, víctima y maga, ardía en la hoguera y, al mismo tiempo, con esa maldad del apoesía prendía fuego al mundo circundante, lo hacía arder con su fosforescencia tierna y sombría, que iluminaba su rostro de niña con una sonrisa fantasma. Niña predestinada a ser vista, con los ojos absortos, en la ventana de un caserón ruinoso, en alguna de esas alquimias del Verbo, entrevistass en el fondo de un lago. Pero aun allí, en la profundidad de los sueños, fue también la extranjera, la extraviada de sí misma. Una desconocida con su mismo rostro avanzaba hacia ella en todo lugar, en todo instante de su existencia terrestre, interrogándola con las preguntas más desgarradoras, planteándole sin cesar sus propios enigmas, el misterio de todo amor y de toda ausencia. Porque Alejandra permaneció siempre en el linde perdido de otra ribera, cuyo eco no dejó nunca de resonar en las zonas de sombra de su ser con la nostalgia de "los verdes paraísos de los amores infantiles".

Pocos seres he conocido tan plenos de fatalidad poética. Extrañamente, todos sus elementos, sus pájaros, sus nubes, su país de huérfana que oculta un secreto desmesurado, su memoria y su pasión se ordenan en dos coordenadas esenciales: el deslumbramiento de la infancia, cuyos poderes sobrevivían en ella, y un permanente sentimiento de muerte, como otro deslumbramiento terrible que la precipitaba al asombro y al terror. Duende desposeído por la caída, cautiva de un reino perdido, sólo podría ver las cosas a la luz de esa exigencia inflexible y sin consuelo. No tenía salvación: no había aprendido a mentirse, a resignarse, a olvidar.

Pero la fascinación de la infancia perdida se convierte en ella, por una oscura mutación que cambia los signos, en la fascinación de la muerte, igualmente deslumbradora una y otra , igualmente plenas de vértigo. Toda su poesía gira en torno a estos dos polos magnéticos, dos solicitaciones extremas que se funden en su voz y le dan, desde sus primeros libros hasta sus últimos textos, un acento inconfundible, una emoción esencial y de una calidad extrañamente perturbadora. En uno de los planos más remotos de su conciencia, una imagen materna, blanca y luminosa, la acoge y la protege, le revela las cosas y los sueños en una unidad total. En el extremo opuesto, una mujer pálida y nocturna, la acoge también con la misma solicitud maternal, con una tenebrosa belleza. Hacia una y otra la hija del insomnio corre con los brazos tendidos.

 Ahoar que tantas parejas de enamorados escuchan su palabra, ¿qué puede darles ella? No la esperanza ni la calma, sino una exaltación, una apuesta perdida. Un paraíso infantil doblado por el paraíso de la muerte, la aventura del amor y su impsible realidad.

La letra de Alejandra era pequeñita, como un camino de hormigas o un minúsculo collar de granos de arena. Pero ese hilo, con toda su levedad, no se borrará nunca, es uno de los hilos luminosos para entrar y salir del laberinto."

Roberto Juarroz









El centro del amor
no siempre coincide
con el centro de la vida.


R. Juarroz








 Poesía Vertical



23-IX

No hay tiempo.
Ya no hay tiempo.
Pero, ¿alguna vez hubo tiempo?
La ilusión de la vida por delante,
se conjuga con el verbo
de la vida por detrás.
Y todo transcurrir no es más que un punto,
quizá un punto extensible
o el revés de ese punto,
porque el tiempo es puntual.
Un punto que a veces se desliza levemente,
como una gota de asombro de la luz
o un inesperado corpúsculo de sombra,
tan sólo para justificar algo parecido a un nivel
en el barómetro casi fijo
que mide la presión imposible de la vida.
O tal vez simplemente
la presión diagonal de lo imposible.


15 - XII
Buscar una cosa
es siempre encontrar otra.
Así, para hallar algo,
hay que buscar lo que no es.

Buscar al pájaro para encontrar a la rosa,
buscar el amor para hallar el exilio,
buscar la nada para descubrir un hombre,
ir hacia atrás para ir hacia delante.
La clave del camino,

más que en sus bifurcaciones,
su sospechoso comienzo
o su dudoso final,
está en el cáustico humor
de su doble sentido.
Siempre se llega,
pero a otra parte.
Todo pasa.
Pero a la inversa.


17 - III
Detener la palabra
un segundo antes del labio,
un segundo antes de la voracidad compartida,
un segundo antes del corazón del otro,
para que haya por lo menos un pájaro
que pueda prescindir de todo nido.
El destino es de aire.
Las brújulas señalan uno solo de sus hilos,
pero la ausencia necesita otros
para que las cosas sean
su destino de aire.
La palabra es el único pájaro
que puede ser igual a su ausencia.


7 - VI
¿Cómo amar lo imperfecto,
si escuchamos a través de las cosas
cómo nos llama lo perfecto?
¿Cómo alcanzar a seguir
en la caída o en el fracaso de las cosas
la huella de lo que no cae ni fracasa?
Quizá debemos aprender que lo imperfecto
es otra forma de la perfección:
la forma que la perfección asume
para poder ser amada.



129  IX
Somos el borrador de un texto
que nunca será pasado en limpio.

Con palabras tachadas,
repetidas,
mal escritas
y hasta con faltas de ortografía.
Con palabras que esperan,
como todas las palabras esperan,
pero aquí abandonadas,
doblemente abandonadas
entre márgenes prolijos y yertos.
Bastaría, sin embargo, que este tosco borrador
fuera leído una sola vez en voz alta,
para que ya no esperásemos más
ningún texto definitivo.



6  XIII
Hay fragmentos de palabras
adentro de todas las cosas,
como restos de una antigua siembra.

Para poder hallarlos
es preciso recuperar el balbuceo
del comienzo o el fin.
Y desde el olvido de los nombres
aprender otra vez a deletrear las palabras,
pero desde atrás de las letras.
Quizá descubramos entonces
que no es necesario completar esos fragmentos,
porque cada uno es una palabra entera,
una palabra de un lenguaje olvidado.
Y hasta es posible que encontremos en cada cosa
un texto completo,
un reservado y protegido texto
que no es preciso leer para entender.

jueves, 7 de abril de 2011

El origen de mi amor









Ahora que nunca,
sólo a mí me toca
darles vuelta a los niños
la cara.
Diana Bellessi









Fotografía: T. Rucker



¿Cuál es el origen de mi amor? ¿ la fría mano de la madrugada y los pies descalzos? No, no deambulé calles, ni pedí comida. No, no dormí bajo el cielo de la luna ni a su amparo. No me atacaron ráfagas falazmente iluminadas. No hubo espejitos de colores que nublaran mi memoria. Es sólo que me pregunto ¿cuál es el origen de mi amor? Entonces sé que debo retroceder. Para poder mirar de frente a la niña que no fui. Tomar su cara entre mis manos. Y encontrar su mirada. Internarme por los agujeros de su alma. Dar vuelta la cara a la niña que fui. A las niñas que quise ser. A las otras niñas que me habitaron y a las que han amado. Pero sobre todo a mí, a esta que fui y que soy. Fui la niña a la que, brazos en pleno juego, arrojaron al aire. Sin embargo, nadie estuvo para la caída libre desde el cielo. Desde entonces, todo afecto es un abismo.


Todo afecto es un abismo

El origen de mi amor es el silencio. El camino del dolor, por eso brota en capas sucesivas cuando hablo. ¿ El amor se aprende ante la ausencia de amor? El alma es un músculo, decía el padre de Kafka y lo decía mi padre. Aprendí a silenciar. Ninguna emoción. Mi alma aplastada contra las paredes de la caja muscular. Sólo cobijada por el calor rojo, lánguido y pegajoso. No supe que se podía llorar. Aguas contenidas y desbordadas pero siempre dentro de mí. Filosa hoja de la lanza. Yo estaba seca por fuera, inundada por dentro. Era un cactus que asilaba a una selva. Un pequeño embrión al que nadie quiso y sin embargo, sobrevivió. A las guerras cruentas de las pinzas. Le doy vuelta la cara a ella. La sobreviviente. Esta niña que me dice que desde entonces, todo afecto es desolación


Todo afecto es desolación.

El origen de mi amor son las madrugadas heladas. La casa enorme con tantas puertas y ventanas y sin ninguna salida. Mi mirada en dirección a la luz de la noche. Los dibujos de las sombras en la pared. Mis manos arañando la piel. El dolor externo que exorciza al interno. Y siempre lo justifica. Dibujaba monigotes en el vidrio. Sus largos dedos no alcanzaban para la caricia. Con una tijera los recortaba en miles de fragmentos invisibles. Las mismas cuchillas que me partieron en dos. Perdí la mitad de mí. La otra mitad es la que habita en la mente de los demás. Lo que se espera. Lo que se imagina de mí. La niña-mitad que me dice que todo afecto es desilusión


Todo afecto es desilusión

El origen de mi amor...Sólo a mí me toca, dar vuelta la cara a la niña que fui. Entonces nacerá la niña que no fui Su otra mitad.

miércoles, 6 de abril de 2011

El café de Bagdad


Fotografía: Iaia Gagliani



Y las manos sin darse cuenta aprenden
el gesto incorregible
de volver a enterrar el corazón
.
 R. Juarroz


EL CAFÉ DE BAGDAD
Por largos momentos evito la música,  huyo de esa larga cabellera ondulante que atrapa apenas me roza. Alguna  de esas serpentinas sonoras debe haberme atravesado y, tal vez, algo de mí se quebró. Mi dilema con la música debe tener raíces muy profundas. No sé bien cómo ni en qué situación algo penetró y a la vez me cerró.

La música es una transición de sonidos siempre distintos ¿Por qué será  que sólo siento el mismo silencio? Una y otra vez  ¿Por qué llego a lugares áridos, desérticos, en los que todo aparece muerto hasta el viento? ¿Por qué recorro tiempos en los que nada pasa? Tiempos sin reloj, tiempos sin recuerdos.

Tengo una mente habilidosa, conoce de antemano el camino para huir y ponerme a resguardo de ella, esa zona oscura, cierta angustia. Los sonidos son lo primero que me pudieron conectar con el afuera cuando aun  estaba dentro. ¿Y qué era mi afuera?  ¿Qué recibía yo cuando aun no conocía la luz? ¿Qué habrá sido de mí en esos tiempos? ¿Qué zona permaneció sin nacer? Es lo que no se nombra. Es el lugar de silencio. El desierto mudo que nunca pronunció palabra.

Escucho la canción lánguida, triste, en medio del desierto. Un lamento callado. Algo se desgarra desde la voz en finos ecos que se van disipando entre los rayos mortales del sol. La voz se pierde.  Pero sonaba tan dulce, tan calma, tan bella…serena.  El sonido se pierde fácilmente. Las palabras suelen permanecer más tiempo. Por eso escribo. Me permiten el acceso a zonas de mi pasado, registros de mi memoria y al presente, a esos momentos ínfimos que lo componen para, segundo más tarde, cambiar de forma y de edad.

Quizás la música me acerque a lugares resguardados de la luz. Serán momentos que necesiten reencontrarse a la sombra. Ocultar su real identidad. Hay verdades que toman la figura de una espada con el filo acechando, brillante. No sé si la música irá perfilando su figura en mi memoria. Y amenace sigilosamente. Invada los caminos luminosos. Tiempos sin reloj. Tiempos sin recuerdos.

¿Cuál será la verdad? ¿Lo que he vivido y se niega a revelarse? ¿O esos paraísos que nunca serán los que yo necesito?

Mi memoria es habilidosa ¿Será también sabia?

La larga cabellera sonora ahora es semejante a una brillante hilera de puntos luminosos, como el filo de la espada. La canción sonaba tan calma y sin embargo yo,  era un muro sin capacidad de resonancia.

sábado, 2 de abril de 2011

DESTINOS

 
                    Edward Wadsworth (Inglaterra 1889-1949)          



A veces el mundo me devuelve
la visita del tiempo -afable pero firme-
que reclama su parte del león.
P. Vinderman

DESTINOS

A veces suelo pensar en el valor de las palabras, en sus diferentes matices, sus distintos niveles de llegada. Siempre dije que son cajas vacías que uno rellena de acuerdo a cada circunstancia y contexto. Tienen también distintas categorías y pueden enmascararse tan sutilmente que, es posible, que uno mismo ni siquiera las pueda reconocer en el momento de escribir.

Pensaba en mis palabras, en la forma en que las escribo y las ordeno. En mi imperiosa necesidad de ellas, en esa búsqueda incesante de hallar la más justa, la que resuma todo o casi todo. Busco la brevedad pero no sólo eso, busco la brevedad más intensa. Porque demasiadas palabras me abruman, me angustian. Y porque sé que lo mejor, lo más bello, lo más intenso  se dice con muy poco.

Y regreso ahora, a esas palabras manuscritas. Esas hojas de papel que enfrentaba aun, con algo de valentía. No podía entonces, escribirlas en procesador. Necesitaba tener cerca mis propias manos, el roce de los dedos sobre el papel. Dejar en las tramas de celulosa pequeñas marcas, códigos escondidos detrás de las letras. Tenía todo eso una impronta especial. Escribía automáticamente, como un pájaro debe salir de su jaula. Sin saber, sin conocer su destino.

Sin embargo, cada línea, cada trazo, cada espacio y cada dibujo tenían marcada una dirección. Era su mirada. El destino siempre fueron sus ojos. Entonces, evitaba todo riesgo poético. No permitía otro lector ni otra lectura. Y cuando las palabras no me alcanzaban retornaba a un viejo atajo que solía usar cuando era niña: el dibujo. Asomaban por lo tanto, figuras simbólicas, algunas geométricas y otras sin nombre que se deslizaban desde mis dedos rápidamente antes de que mi, siempre hábil conciencia, las pudiera convertir en otra cosa.

Cada texto lo guardaba porque no lo leía más. Sentía mucho temor de enfrentar su lectura. Sabía sobradamente que leerlos me llevaría a mirar cara a cara el deseo. Eran mis propias palabras y sin embargo, las temía. Me temía yo. Encontrarme con lo que hoy sé y que evité reconocer durante tanto tiempo. Supongo que en algún momento esta certeza debe haber cruzado mi vida. Alguno de esos textos en apariencia tan simples y desordenados, contenía la llave secreta y estuvo en mis manos. Y la pude ver. Entonces huí.

El lenguaje poético fue mi salvación. Encontré la forma de decir aquello que de otra manera no hubiese podido decir. La poesía completa vacíos. Uno escribe desde esos lugares que no pudo cerrar. Y de alguna forma transmuta todo el dolor en una rara clase de belleza. Cuando mi alma se pliega por el temor, el poema la libera. Y me permite que ella se exprese. Pero a la vez, sé que a medida que el poema avanza yo me alejo. Huyo a través de canales invisibles y desaparezco.

Ahora, sentada frente a frente con la palabra desnuda y sin recursos poéticos, no puedo evitar regresar a  su mirada. Quizás el lugar desde el cual nunca he partido. O sí y logré perderme en cielos equivocados y oscuros. Debí entregarme y flotar en sus brazos. No resistirme, debí saber lo que sé en este momento de revelación. A lo genuino se regresa siempre. Es imposible evitar su presencia. Se va acomodando en cada pliegue de la piel. En cada aroma y sensación. Son dedos suaves y cálidos que rozan el cuello y los ojos se van cerrando, dulce y pausadamente. Son esas manos amplias a cada lado de mis mejillas. Y mis alas en busca del deseo.

“ Debí decir te amo/ pero estaba el otoño haciendo señas/ clavándome sus puertas en el alma” Juan Gelman

Debo decir algo yo frente a sus ojos, algo sin nombre para no asustarme y dar vuelta la cara. Algo para que las palabras que le están destinadas no necesiten de máscaras. ¿Serán éstas las que impidan mi huida? ¿Aun cuando sienta que puede haber algo clavándome sus puertas en mi alma? ¿Quizás una verdad que cierre las horas del verano?
Debo decir algo frente a sus ojos. Y será la palabra que contenga al más infinito de los silencios.