domingo, 27 de febrero de 2011

Blog sobre un instante

Toda yo habito aquí, en este espacio de soledades y presencias. Mis palabras y yo sin sabernos conocidas. Siento desesperación por abrirles la jaula. Observar cómo rebotan en las paredes claras de su cuarto. Observo y callo. Prefiero hablar con mi silencio. Y percibo en la vacuidad de su mirada, lo que temo, su ausencia. ¿Qué parte de él me falta? Miro la funda de la cama. Días en los que las paredes me sofocan por su cercanía. Otros en los que las nota más elásticas, como si se adaptaran al espacio que necesito en ese momento. Días en los que el aire tiene una densidad casi maleable. Otros, puro aire fresco. De un otoño en el Bolsón. Fui casi feliz allí. Tanto silencio. Tanta quietud. Tanta nieve ese año. Los pinos nevados en un amanecer. Y mi andar, siempre silencioso, por sus bosques. Soy de lugares calmos. De días medidos con relojes de arena. ¿Qué hago, en este lugar, en esta compactadora de vidas y de horas? ¿Qué hago, caminando por estas calles zoológicas? Estoy trasplantada de alma. Alguna vez he muerto y alguien se llevó la mía. ¿Qué habita en su lugar? Me he perdido tanto. Alguien dijo que cuando uno se encuentra en la completa oscuridad tiene que recordar momentos luminosos. Si fueron cercanos a la felicidad temo recordarlos. Puedo traer su imagen. El mar que amo y su oleaje. Mis tardes caminando sola por sus bordes. Nada más. Y es tanto. Pero eso, que no puedo describir con palabras de este mundo, es justamente lo esencial. Y le pertenece al pasado. Igual busco. Navego. Regreso a su cuarto de paredes claras. Y a sus manos. Me hundo en su mirada. Él abre el fondo de mis ojos secos. Y algo surge con sorprendente presencia. Se quiebra la coraza. Es un instante. Eso, que le debería pertenecer al pasado, lo puedo trasladar hasta mi ahora, conservando intactos la imagen y sus marcas. Pura intensidad. Pura cercanía. Cada parte de mí estaba rodeada. Nada estaba suelto. Permanecía envuelta en una finísima capa azul. Su mano, suave, absoluta y su inmensa calma. Sólo mi llanto y su silencio. Sólo, sus lágrimas calladas. Y sus brazos que contuvieron al mundo por un instante. No, no es algo que yo desconozca. Lo desconocido para mí es la luz que posee. Lo que lo hace diferente. Es lo que completa el fondo de sus ojos cuando lo miro. Qué lugares tan pequeños ocupa uno en la vida de los otros, a veces. Navego. Una luna se quiebra en mis ojos cansados ¿Por qué navego si lo que deseo es anclar en su tibieza? No, no me falta nada de él. La ausencia no está afuera. Y nada, absolutamente nada, está oculto y a salvo.

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