sábado, 2 de abril de 2011

DESTINOS

 
                    Edward Wadsworth (Inglaterra 1889-1949)          



A veces el mundo me devuelve
la visita del tiempo -afable pero firme-
que reclama su parte del león.
P. Vinderman

DESTINOS

A veces suelo pensar en el valor de las palabras, en sus diferentes matices, sus distintos niveles de llegada. Siempre dije que son cajas vacías que uno rellena de acuerdo a cada circunstancia y contexto. Tienen también distintas categorías y pueden enmascararse tan sutilmente que, es posible, que uno mismo ni siquiera las pueda reconocer en el momento de escribir.

Pensaba en mis palabras, en la forma en que las escribo y las ordeno. En mi imperiosa necesidad de ellas, en esa búsqueda incesante de hallar la más justa, la que resuma todo o casi todo. Busco la brevedad pero no sólo eso, busco la brevedad más intensa. Porque demasiadas palabras me abruman, me angustian. Y porque sé que lo mejor, lo más bello, lo más intenso  se dice con muy poco.

Y regreso ahora, a esas palabras manuscritas. Esas hojas de papel que enfrentaba aun, con algo de valentía. No podía entonces, escribirlas en procesador. Necesitaba tener cerca mis propias manos, el roce de los dedos sobre el papel. Dejar en las tramas de celulosa pequeñas marcas, códigos escondidos detrás de las letras. Tenía todo eso una impronta especial. Escribía automáticamente, como un pájaro debe salir de su jaula. Sin saber, sin conocer su destino.

Sin embargo, cada línea, cada trazo, cada espacio y cada dibujo tenían marcada una dirección. Era su mirada. El destino siempre fueron sus ojos. Entonces, evitaba todo riesgo poético. No permitía otro lector ni otra lectura. Y cuando las palabras no me alcanzaban retornaba a un viejo atajo que solía usar cuando era niña: el dibujo. Asomaban por lo tanto, figuras simbólicas, algunas geométricas y otras sin nombre que se deslizaban desde mis dedos rápidamente antes de que mi, siempre hábil conciencia, las pudiera convertir en otra cosa.

Cada texto lo guardaba porque no lo leía más. Sentía mucho temor de enfrentar su lectura. Sabía sobradamente que leerlos me llevaría a mirar cara a cara el deseo. Eran mis propias palabras y sin embargo, las temía. Me temía yo. Encontrarme con lo que hoy sé y que evité reconocer durante tanto tiempo. Supongo que en algún momento esta certeza debe haber cruzado mi vida. Alguno de esos textos en apariencia tan simples y desordenados, contenía la llave secreta y estuvo en mis manos. Y la pude ver. Entonces huí.

El lenguaje poético fue mi salvación. Encontré la forma de decir aquello que de otra manera no hubiese podido decir. La poesía completa vacíos. Uno escribe desde esos lugares que no pudo cerrar. Y de alguna forma transmuta todo el dolor en una rara clase de belleza. Cuando mi alma se pliega por el temor, el poema la libera. Y me permite que ella se exprese. Pero a la vez, sé que a medida que el poema avanza yo me alejo. Huyo a través de canales invisibles y desaparezco.

Ahora, sentada frente a frente con la palabra desnuda y sin recursos poéticos, no puedo evitar regresar a  su mirada. Quizás el lugar desde el cual nunca he partido. O sí y logré perderme en cielos equivocados y oscuros. Debí entregarme y flotar en sus brazos. No resistirme, debí saber lo que sé en este momento de revelación. A lo genuino se regresa siempre. Es imposible evitar su presencia. Se va acomodando en cada pliegue de la piel. En cada aroma y sensación. Son dedos suaves y cálidos que rozan el cuello y los ojos se van cerrando, dulce y pausadamente. Son esas manos amplias a cada lado de mis mejillas. Y mis alas en busca del deseo.

“ Debí decir te amo/ pero estaba el otoño haciendo señas/ clavándome sus puertas en el alma” Juan Gelman

Debo decir algo yo frente a sus ojos, algo sin nombre para no asustarme y dar vuelta la cara. Algo para que las palabras que le están destinadas no necesiten de máscaras. ¿Serán éstas las que impidan mi huida? ¿Aun cuando sienta que puede haber algo clavándome sus puertas en mi alma? ¿Quizás una verdad que cierre las horas del verano?
Debo decir algo frente a sus ojos. Y será la palabra que contenga al más infinito de los silencios.



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