jueves, 28 de abril de 2011

Letras calendarias I


 





Fotografía: Rong Rong









Hoja otoñal, 13


Hace tanto tiempo que la palabra me ronda, invade otros pensamientos. La palabra se llama pasión y vive dentro de mí, en silencio y a oscuras. Está presa y bajo llave. Nombrarla me lleva a sitios de peligro pero se rebela y asoma en lágrimas cálidas y dulces.  Calladas. Lloro mares cristalinos y azules. Me siento fragmentada y vulnerable desde esta cárcel de clausura en la que mis deseos se despiertan y se duermen. Me he convencido de que no tengo derechos sobre el amor. Soy una niña  que, en la búsqueda incesante de su propia infancia, tal vez olvidó ser mujer. Entonces, tengo la terrible conciencia de haberme perdido a mí misma. Soñaba un tiempo de vida apasionado.  Soñaba con amar y ser amada.


Ahora me miro a veces en el espejo y me siento sola. Soy la que fui y me repito Hilda, Hilda, Hilda, porque sé que sólo puede nombrarse lo que positivamente existe. Como si por la fuerza de las mismas palabras mi cuerpo tomara súbitamente una carga molecular. Mi cuerpo y yo frente al espejo. Un cuerpo que no ha sido amado y sin embargo lo han desnudado. Desvertirse en la oscuridad  frente a la ventana del vacío.


¿En qué lugar estuve cada noche de mi vida, de esta vida que no fue mi vida?


He rastreado al amanecer, como un sabueso, cada milímetro de sábana  para buscar el olor de la pasión, el olor dulce y cristalino del amor. Entre los pliegues, entre los bordes, entre mis piernas. En mis manos heladas, en cada poro de mi piel. Buscaba y buscaba hasta que el sol me devolvía no su luz, sino su penumbra.  La noche otra vez me había acariciado la espalda  con sus largos dedos negros.





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