domingo, 6 de marzo de 2011

Las horas secas



                       

A mí misma

"Temo encontrarme de frente lo que creí a mis espaldas"
J. Kameniecki - La construcción del espejo



La pregunta es siempre la misma, ¿es la punta del ovillo o el final? Es la imagen que se presenta, nítida, la voz del atardecer, el desplazamiento del cisne de cuello negro en la oscuridad, la mitad, lo blanco a la noche, lo negro al día, siempre soy la mitad, la mitad de lo que se ama, en mis días y en mis noches, en la forma en que mis manos se desplazan sobre el teclado.
Soy una gran caja sin fondo. Piso de arena. Paredes de diamante. Dentro un pequeño títere con sogas y esferas de acero en sus pies. Que cae. Cae. Abismo poético. Soledad. Mientras caigo estoy aprendiendo a llorar. No he llorado a tiempo. He llorado siempre. Lágrimas secas.

..." durante mucho tiempo de mi infancia, mi madre se levantaba de su cama en las madrugadas, atravesaba el hall central de la casa, cruzaba hacia el otro lado, en el que se hallaba mi cuarto. Se acercaba a mi cama. Me abrazaba con caricias húmedas y llorando me decía que esa noche se iba a morir y que no la vería nunca más. Luego, regresaba a su cuarto. Entonces, quedaba yo empapada con lágrimas ajenas. Con la sensación de que el día tardaría mucho en llegar. Recuerdo algún invierno con el viento helado pegado a mi ventana. Invierno seco y desgranado. Mi madre se recuperó..."

Ahora todo sabe a otoño. Tanta quietud. Mi suelo se tapiza de hojas crujientes y doradas. Una tenue llovizna en este sendero. Nada escucho. El cielo gris. El viento helado y blanco. Un inmenso silencio y el dorado crujir. Hay matices en las hojas desparramadas sobre el piso. El ocre, el anaranjado al borde de la muerte. No hay gente, no hay tiempo. Mis pisadas de cisne buscan el agua y mi mano otoñal el asilo de alguna palabra.

De las horas secas recuerdo su silencio. El intenso frío y la soledad. Las lenguas de fuego y las poderosas puntas del diamante. El momento en que algo entró por mi puerta, se deslizó por la pared y se acercó, para instalarse en mí por este tiempo tan largo. Son imágenes rojas. Salen de la boca de un volcán a borbotones. Limpio con un trapo gris. Una y otra vez. Cada madrugada helada.

¿En qué lugar morirán los silencios? ¿Cuándo se deja de ser la mitad? Mi pregunta se anuda en el ovillo, aturdida. Cae como el títere, bordeando una palabra. Escribo en la seguridad de decir todo. Pero el final sé, que no diré nada.

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