Fotografía: Ruth Berhnard
Symbiosis
Como un llameante espacio que se desocupa siempre
en el temblor de ser sólo vida vacante.
R. Cadenas
ZONAS
Me enfrento al espacio en blanco como si lo hiciese de cara a una parte de mi vida también vacía. Los sonidos que se representan en mi mente suenan huecos, como dentro de una enorme caja de metal, cerrada y profunda.
Cada vez que algún sentimiento lejano, pero absolutamente reconocible, se asoma a este espacio de mi memoria, me asaltan estas emociones sin nombre y casi sin identidad. Casi sin tiempo. La palabra deseo inunda hasta el más leve intersticio, sin dar tregua ni respiro. Es entonces que, desde mi conciencia se enciende una poderosa luz, un reflector que, hasta este momento, permanecía oculto y apagado. Sin embargo, no es la luz lo que ilumina este plano de mí, por el contrario, lo que ejerce una inevitable influencia, es su cono de sombra. Y es ahí, el lugar insospechado, en el que se resguardan esos delicados cristales que son mis deseos.
Es entonces cuando pienso en la ilusión y también en la verdad. Las dos caras de la misma moneda. Sé que poseo la ilusión pero también sé que intuyo la verdad. Sé que la ilusión es ese poderoso reflector que por momentos llena muchos espacios de mi vida, llena el vacío del espacio en blanco, en espera. Y sé, al mismo tiempo, que la sombra es la verdad. Y me pregunto en qué lugar crecerán mis deseos. ¿Serán ramas que se desarrollan ante la luz de la ilusión o por el contrario, crecerán en lo oscuro de la verdad? Debe haber una ínfima zona de corte entre la verdad y la ilusión, algo que las unifique en algún punto invisible pero de extrema fuerza como para convivir en esa franja helada: el miedo.
A veces siento que debo optar entre la ilusión y la verdad. Y es cuando logro penetrar en su mirada, cuando la ilusión comienza a tomar una rara forma molecular, cuando intenta salir de mí, de mis propios dominios para estirarse como un gato, suave y delicado frente a sus ojos. Entonces pierdo la noción de la luz y la sombra, pierdo mi orientación y mi olfato. Me voy deslizando por la franja helada y sin poder derretirla. Me instalo entre la ilusión que me ilumina y la verdad que la destruye.
Ciertas verdades que rompen una ilusión…Escribía V. Kociancich, de eso hablo. No quisiera encontrarme, cara a cara, con la verdad, sin haber podido ser capaz de hallar la ficción necesaria para poder seguir viviendo. Porque la verdad es un arma blanca, filosa y de absoluta crueldad. Las palabras deben ser para mí pequeñas corazas pero del más puro acero. Y de palabras se constituye la ficción, el receptáculo cálido y eterno en el que la ilusión estará a salvo, siempre.
Hay momentos que uno cree que se repetirán indefinidamente. Que se darán en muchas ocasiones. Y los deja pasar aun sabiendo que son sentimientos genuinos y casi únicos. ¿Por qué dejo que me rocen apenas esos sentimientos urgentes y necesarios y me aferro a otros vagos e innecesarios? ¿Por qué intento buscar en todos los abrazos aquello que sé que ningún otro abrazo me dará? ¿Por qué evito la mirada de aquello que deseo intensamente mirar y ser mirada? ¿Por qué huyo espantada de lo que más necesito? Por qué alejo lo que está tan cerca.
Soy alguien incompleto, algo de mí es invisible. Es por eso que siento que nada me alcanza. Hay zonas que nadie ve. Estoy atravesando el mundo casi sin poder estar, pero soy capaz de verlo desde mis ojos, con absoluto detalle. Será por eso que escribo. Soy visible desde lo mínimo: mis letras. Me han querido desde esa zona. Existo desde el lugar en el que escribo. Es como leer la obra de alguien que ya desapareció. Pero yo sigo viviendo y sin poder demostrarlo.
Los deseos, la ilusión y la verdad ¿Cuál será la zona de confluencia entre estas tres emociones? ¿Será la ficción? En ella ninguna verdad desangra a una ilusión porque los deseos habitan y se manifiestan sólo en ese espacio en blanco, lugar en el que todo, absolutamente todo, puede suceder. Hasta el amor.
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