" Qué lejos y qué cerca. Cuánto tendremos que esperar para ver aparecer lo que asoma y se escapa a cada momento..."
R. García
Escribo. Las palabras se deslizan como si el papel fuera una superficie muy pulida. Algo con una presencia imponente se cruza en mi camino. Es la pregunta que no sé evitar, o aceptar, o convivir, dejar estar, que permanezca a mi lado, sin sospechar, sin responderme. Pero, ella logra quebrar lo que seguramente debo resguardar. Y se presenta ante mí, desnuda y fria. Pidiendo el asilo de un hueco de mi memoria.
Regreso a mis letras y al abrazo de sus dibujos. Pero no tan mansamente y no sé por cuánto tiempo. Todo lo que pasa por mis palabras tiene un costado tierno, una caricia y, un costado cruel, el zarpazo. No sé diferenciar bien cuándo aparece uno y cuándo el otro. Es como una moneda que lanzada al aire no termina de definir sobre qué cara va a caer.
¿Y la felicidad? No me quedo con la simpleza del orden establecido. Mi mirada siempre quiebra la lógica de las cosas. Harvard nada puede decir. ¿Será sólo la obviedad del presente? ¿La intuición pero no la certeza? ¿Lo que asoma y se nos escapa a cada momento? ¿La impronta de una mirada más que la mirada misma? ¿Lo que tomo y no me pertenece o lo que quizás sí me pertenezca y no me animo a tomar?
La felicidad es una cadena de colores sobre una estación gris. Es un tren con una máquina de ausencia. Para subir hace falta una cierta dosis de valentía. Ser capaz de soportar su interior. Cuando se convierte es ese pequeño rayo de luz en el momento en que me encuentro en la completa oscuridad. Y aferrarme.
Es un visitante con fecha de abandono. Pura brevedad. Serán esos segundos del día a día, cuando uno se la pasa mirando para otro lado. Temiéndole. Esperando algo colosal. El tren de alta velocidad que tapa con su presencia al pequeño tren con máquina a vapor, que pasa lentamente a su lado. ¿Dónde estuvo uno que no pudo ver esa liviana mancha blanca en el cielo?
¿No es el amor sino la intensidad con que se ama? ¿Que no importe ni cuándo, ni dónde, ni en qué forma? Sin los grandes gestos. Sólo el aroma y el temblor. Una cierta calidez.
Saber que la vida no da demasiadas posibilidades y circula demasiado rápido en un espacio demasiado estrecho.
No le temo al tren. Le temo a su máquina. Le temo al sol, que me parece importante cuando en realidad lo que importa es la nube. Sin el sol todo es muerte. Sin la nube, es mi vida que se deshace en la espera.
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