jueves, 17 de marzo de 2011

El ojo de la tormenta

   






 Y estoy aquí con la misma impotencia, sometida a este viaje. Nadie a quien reclamar.       
 O.Orozco
       

El mar es distinto los días de lluvia. El color se vuelve grisáceo y frio. Será por la bruma que por momentos opaca la luz del agua. Camino  descalza por el muelle de madera, toda mi piel entregada al roce de la humedad del océano.

    Es extraño mirar cómo oscurece el cielo. Sin dudas, habrá millones de círculos luminosos detrás de su aparente oscuridad. El horizonte se pierde y siento una llovizna helada. Es un mar de julio. Hay quietud  alrededor. Sólo el ruido de las olas que chocan contra los tablones del muelle. Las olas que llevan y traen, siempre algo distinto y a la vez lo mismo. Espuma blanca y caracolas. Secretos de las profundidades.

    El muelle tiene su historia carcomida por el mar. Perdió su identidad y su presencia. El agua ganó su espacio. El agua,  la arena y los mejillones que  a miles se han ido adueñando de sus pilotes. Hay soledad y canto de gaviotas a lo lejos. Esperan al ojo de la tormenta mientras se deslizan en picada hacia el fondo de las aguas.

    Parada cerca del borde del mundo observo la inmensidad. Y la palabra muerte desaparece. Nada, entre mi mirada y yo, asume el concepto de finitud.  Ni siquiera cuando veo el paso, entre la bruma, de las dos barcas negras cargadas de flores.  Siguen lentamente su curso quizás, en dirección al sol. Más allá de mí.

    Es una mañana helada de julio. Mis pies fríos recorren cada aspereza de la madera. Mi vida también está porosa y húmeda. Penetrable. Estoy resignada a ir hacia el fondo de mi propio océano. Nadie que me espere en su lecho marino. Nada que nombrar porque el nombre borra la ausencia. Hay tanto silencio en el sonido interior de mi oleaje.

    Una espuma blanca me convierte en esponja. Sube desde mis pies y se desliza hacia mi boca. La sal recubre mi voz y me tapa los ojos. El océano me abraza. Me acunan sus aguas heladas. El mar sabe nombrar lo que falta. Una luz intensa quiebra al cielo y lo separa de la tierra. Dibuja una línea sobre el agua.

                            Se acerca el ojo de la tormenta. Y es el mar el que me confunde y cobija con su propia espuma 

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