viernes, 18 de marzo de 2011

Paulina Vinderman

 
 
 
 
"Mi mente está calma como un lago
escuchando la voz del hombre que anoche
en mi sueño me preguntaba por las constelaciones..."
 
Paulina Vinderman
 
 
 
 
 
 
 
II
 
 
Otra vez cúpulas en el poema, otra vez la ciudad.
Las travesías se volvieron copias
de ciudades tocadas sólo por supervivencia,
para regresar a la mía.
Como si ella contuviera todos los números, los secretos,
las pasiones del mundo.
Alguna vez una calle me devuelve el desierto
y cuando oscurece,
las sombras de las bolsas de basura
son instalaciones de museo, que sólo puedo ver
cuando mi memoria agotada olvida el mar, aquellas grúas
detrás de las cercas, la mujer del turbante azul que
me vendió la caja mágica y la oportunidad
de atesorar mis miedos como mariposas atrapadas
en la belleza de su oro.
Hay que aprender la asfixia como se aprende un idioma.
Nadie llorará por la ausencia de las alas contra el cielo.
DE: El muelle



La muerte de la imaginación
 
 
                                         "Lo que más temo es la muerte de la imaginación."
                                              Sylvia Plath

El corazón no tiene quien le escriba,
nadie se atreve a cruzar la noche remando
en la intemperie
           (nadie se ve)
Y si no fue más que un amor negro, susurrante
que nada da,
el viaje más lejano fue el de mi cabeza
hacia su hombro
               (el más inútil)
La rama golpea en la terraza
pero es solamente oscura. El miedo
se sienta a comer un pastel en la cocina
               (y dice que es real)
¿Alguien pudo tocar a la desesperación?
Terciopelo, papel de diario, una lata oxidada,
no hay vacuna contra las superficies.
 
El mundo es un hueco tapado con barniz
                 (y no respira.)
De: Bulgaria
 



“ Nunca tendremos casa, ni paciencia ni olvido”.

                                               Enrique Molina
“En medio del lago, el castor se sumergía y volvía a salir a la superficie. Mientras lo veía, moverse por el agua en amplios círculos, a Wharton le pareció que el animalito les había sido enviado, que les habían ofrecido una rama de olivo y que no estaban lejos del hogar”.
  Tobías Wolff
 
 
Testimonio entre ríos
 
 
El dolor de los olvidos es una mirada, digo
y estiro mi mano hacia un barco. El olor
de los muelles es un lugar.
A veces llaman, mientras mi corazón está
ocupado en la turbidez de un río de frontera:
el modo en que se concentra
sobre la vendedora de la terminal de ómnibus
y le ahueca los ojos.
Me abro paso entre vasos de papel, voceros
de naranjas.
A todas horas escucho el trajín
de las calles que no son las avenidas
de la historia.
Desaparezco —y me olvidan—
usando un cielo incoloro por sombrilla.
El viento trae las noticias:

tarjetas empolvadas de invitación
que llegan irremediablemente tarde, informes
sobre lo que sucede en esta ciudad
que nunca mira las barcazas junto al río.
Mi vida es dada a la vida
(los rasgos de la cara disueltos en la lluvia
como los de un poblado tropical)
Me vacío
ante la resistencia del aire, con el
mismo gesto con que muchas mujeres se desnudan
ante una ventana imaginaria.
 
Y es casi un disparo en la noche
la forma que elige la seca penetración
de lo real:
un crimen sin testigos ni amarras, en la
opacidad de los días.
De: Escalera de incendio
 


Esta noche ha vuelto el invierno
 
 
Esta noche ha vuelto el invierno contra
                                                  las ventanas.
Gime suavemente
como un perro después de la pelea.
 
Ha vuelto como un viejo amante
para espiar un rictus, la persistencia de un
agua en la sonrisa.
Un viejo amante al que se deja fuera.
Todo está lejos:
los trenes, las ortigas, los faros,
las leñeras, un ómnibus repleto de chicos
con gorritos de lana
                            y el polvo de ciudad
con destellos de aerosol a las diez de la
                                               mañana.
 
Todo demasiado lejos
de esa región en que el cansancio
canta como un viento seco entre los
                                        eucaliptus
y se puede soñar con canastos trenzados
por indios tan mudos como estos papeles
—pero llenos de historia a medias,
rebosantes de invierno hasta sus lunas nuevas—

Esta noche ha vuelto el invierno y con él
el ruido ajustado, amortiguado
de los camiones al amanecer:
                     el sonido de la vida.
Un aletear de gallinas. El crujido de la
manzana sobre las hojas.
De: Rojo junio
 
 

El poema que no escribió
 
Se sentó a escribir en su mesa
de noche, pero sin tilos perfumados.
Pensó en el mar
pero era sólo una lámina
con las puntas dobladas.
La infancia se había convertido
en una cajita de música
con la cuerda gastada,
y el sonido irrescatable del mar
había quedado adentro.
No veía la luna pero la sentía brillar
y no era necesario expresar aquello
que brillaba desde sí mismo.
Algo ladró en su conciencia.
Nada era necesario expresar
excepto con alguna mancha oscura
o una línea curvada.
Mientras los postigos de su mente
se iban cerrando como corolas insulsas
alcanzó a pensar en un desván.
No escribió el poema esa vez.
Hacía demasiado frío.
Su necesidad era demasiado grande.
De: La mirada de los héroes
 
 
 
Bajo una sola lámpara
 
Casi todas la noches
reconstruyo una ciudad
desde ruinas de mentiras.
En silencio, bajo una sola lámpara,
invento calles desnudas
por las que el viento arremolina
las sonrisas cansadas
y las pega en las paredes
como antiguas estampas.
Pausadamente,
les quito los sonidos.
Queda, tal vez, la campana de una iglesia
y una canción de niños leve y cruel,
interrumpiendo el sueño helado
de los parques.
Hasta que salga el sol
y cambie mis cristales.
Hasta que amanezca el desdén
en los ojos de los otros
y arrincone mi poema, aterido y solo,
en un desván de espera hacia la noche.
Pausadamente, bajo una sola lámpara.
Hambrienta de absoluto.
De: La otra ciudad

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